martes, 25 de diciembre de 2018

Ángel ||

Era un ángel por donde se lo mire. Rubio con un pelo dorado brilloso cual anillo de oro, con ojos que se rompían de lo cristalinos que eran, una piel blanca similar a la porcelana fría, un cuerpo que podía hacerse pasar por una escultura tallada a mano, la voz llena de inocencia y tranquilidad. Como un ángel. Claramente había magia en él, hasta en su nombre, Tusán. Como el mago. A la hora de ser atendido, más que un mago o un ángel, parecía ser un rey. Tenía todo a su disposición, lo merecía, dicen. Era un victorioso, conseguía siempre lo que quería. ¡Era tantas cosas! Pero no, realmente, era un ángel, un genuino ángel. Bah, no sé si genuino. No sabía volar. ¿Todos los ángeles vuelan? Igual... los angeles no nacen sabiendo volar, aprenden. Y qué iba aprender Tusán si le abundaban los recursos para vivir sin volar. Pobre Tusán, no conoce lo mejor de los ángeles. No conoce el vuelo. ¿Quién quiere ser un ángel si no es para volar? Pobre Tusán, había algo que él nunca tendría. Quizás, en su ignorancia tampoco querría. Él nunca tendría las alas que había tenido el ángel vecino, esas que Mac había cortado, pero ya estaban intentando crecer de nuevo. Mac, desde que cortó las alas del ángel, no se dedicó más a ellas, pero no dejó de ocuparse de los ángeles, ahora ayudaba a Tusán, era el encargado de atenderlo como a un rey, o a un mago, o a un ángel. Tusán era la mejor publicidad para Mac, pero interiormente él sabía que no, que su ángel, para ser perfecto, debía volar. Mac intentó todo para que Tusán aprenda a volar. Todo. Incluso, quiso cocerle las alas del ángel vecino, esas que eran pomporosas, pero como era de esperarse, Tusán no pudo. Tusán no voló. Y nuevamente, Mac, se quedo con dos ángeles no voladores, el Ángel sin alas y Tusán sin vuelo.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Eternidad agónica

Tal vez morir no sea tan malo y lo que duele es la muerte en vida. Morir debe ser sólo eso, dejar de estar. Dejar de estar, incluye dejar de sufrir y eso no resulta tan espantoso. Negativa vemos la muerte y peor es vivir muriendo. Vivir cuando tu existencia no encuentra sentido, cuando tus ganas se desvanecieron, cuando tu alma -realmente- murió. Vivir muriendo es sólo habitar un cuerpo del que hace tiempo te sentís ajeno. Es estar, queriendo escapar. Y aseguro, es preferible no habitar sitios inhabitables. Necesitamos saber exiliarnos, aunque el exilio sea la muerte. Morir es sólo no estar, es un momento, un instante. Vivir muriendo es agónico, es la eternidad. Es como caminar hacia la muerte, que nunca llega, deseando alcanzar la meta. Tal vez la muerte esté mal vista y la vida sobrevalorada.