miércoles, 30 de agosto de 2017

Mi Martín Palermo

Hoy me acuesto pensando en que siempre estás ahí. O no, siempre no. Estás cuando tenes que estar. Sos el chicle que aparece en el pantalón antes de una cita, la moneda de un peso que suena en tu mochila cuál sonajero de bebé, el saldo mínimo de la sube con el que volves a tu casa un martes de lluvia, la lluvia misma cuando no podes ir a entrenar. Sos eso, haces eso. Simplemente apareces, en el momento justo. Sos el Martin Palermo de mi 11 titular, estás siempre donde tenes que estar. Estás sin querer estar. Estás sin aparecer físicamente. Estás en cada rincón, en cada banco de plaza, en cada heladería, en cada ventana de colectivo, en cada línea de baldosa que voy esquivando mientras camino, pero más que nada, en cada rincon con goteras, para venir a ponerme un balde, en cada banco de plaza, para poner un buzo debajo mio y que no me manche lo que dejan las palomas, en cada heladería, para poner una servilleta cuando se desliza el dulce de leche granizado por el cuarto de helado, en cada ventana de colectivo para venir a cerrarla cuando no encuentro la manía o la fuerza para hacerlo, en cada línea de baldosa floja para sostenerme a que no me caiga. Ahí es cuando te haces presente, cuando más te necesito. Ojalá todos tengan un Martín Palermo en su vida, o un chicle, una moneda, un pasaje en la sube, o lo que necesite en el momento indicado. Ojala te tenga, por lo menos así, toda mi vida.

lunes, 14 de agosto de 2017

Abuelogaritmos

La pregunta es tan básica como la que hacen las abuelas respecto de los novios, pero su respuesta tan compleja como un logaritmo. ¿qué somos?
Quizás mi logaritmo sea este sitio. Quizás mi respuesta esté en escribir. No lo sé. Quizás la complejidad no está en el qué somos, sino en el qué queremos ser. ¿qué quiero ser? obvio, tampoco lo sé. Y así, es siempre. Es un juego entre mis ganas de saber qué quiero y mi mente en blanco color nieve. La victoria siempre la tiene mi mente en blanco. Es ahí donde siento que el valor de mis ganas se devalúa más que el peso en Argentina. Si ni siquiera mis ganas pueden contra mi mente en blanco, entonces, ¿qué valor tienen?
Quiero hacerlas valer. Quiero colorear el blanco de mi mente. Quiero colorearme yo y otra gente que trae buenos tonos a mi causa.
Nadie sabe quién es, nadie sabe qué quiere, pero siempre todos coloreamos el blanco de una mente ajena. De eso se trata, el principio está ahí.
Somos los colores que ponemos en las mentes en blanco. Somos la intensidad de tono que le echamos a cualquier mente. Somos las ganas que no se rinden a pesar de perder siempre con la mente en blanco. Algunos, somos el blanco de las mentes. Somos un color en cada aspecto de nuestras vidas. Somos el color que queramos ser, pero ojo con pensar que en este coloreo solo está en juego el colorear. También, hay que dejarse colorear. Dejarse llenar de color. Aceptar. Ahí es cuando se desvanece el blanco de nuestra mente y llueve en la laguna vacía que teníamos dentro. Llueven colores. Llueven ideas. Llueve gris, rojo, azul, amarillo, negro, o incluso, blanco. Y hay que seguir. En busca de más colores, en busca de respuestas complejas como un logaritmo. Quizás ahí, está la respuesta. Gracias por llenarme de color.